La paloma anidó en la célula, emitió su soplo y la materia fue iluminada. Delicados filamentos, se encienden indicando el accionar de la conciencia. Complejas estructuras forman parte de un sistema emisor y receptor de señales.
El biosistema crece con una fantástica plasticidad se mueve entre campos de ondas de diferente potencial, los músculos adquieren tono y se relajan de acuerdo con las necesidades del organismo total, los músculos lisos que conforman el mundo orgánico de nuestras vísceras, con sus movimientos modulados y vibrantes producen el desplazamiento interno de contenidos.
Siento rabia, la mandíbula aprieta su tenaza y se produce el rechinar de los dientes, la actividad del hígado se intensifica y la adrenalina derivada de las glándulas suprarrenales derrama su copa empapando el cuerpo. La tristeza avecina su lluvia en los ojos y marchita la piel, el pulmón se ahoga, la garganta se siente apretada, anudada y la angustia se despierta y enciende alertas.
La conciencia, la que se extiende guiando al mundo manifiesto se conecta con nuestro cerebro, anida en él y desde ese abrigado territorio derrama sus señales en los filamentos transparentes de un cuerpo que es sólo su aspecto más palpable, más reconocible.