La madera expande el crecimiento, agrede, avanza hacia el otro a pasos constantes. El invencible crecimiento del follaje divide el mundo en dos. Desesperada madre que ya no puede dar cobijo, su alimento no alcanza para la feroz demanda de la selva, pierde el líquido, se rotura y abre, entrega hasta el último grano mineral y húmedo.
La otra parte del mundo mira desde arriba y llora, se deshace en lluvia y alimenta sin contacto, desde el influjo energético de la estrella, crea mares de lluvia alimentando el suelo.
La dinámica agua, tierra, madera es la gestora de la vida, es la madre de la creación. El hígado y la vesícula biliar, los representantes orgánicos de ésta energía en nuestro biosistema, son los encargados de agredir, de dar pasos hacia el otro, pueden ser empujones o gentiles toques en la espalda avisando su llegada, es el movimiento hacia afuera, en busca del mundo. Vital y necesaria la energía madera, crea sus circuitos en la cúpula áurica y en el interfaz etérico-físico.
El hígado destila sustancia en su laboratorio, escondido debajo del diafragma, allí en su oscura y verde actividad elabora el licor de la vida, los valiosos sustratos que enriquecerán los tejidos, que sustentarán su desarrollo.
La vesícula, con su cuchara de plata, vierte bilis en la sopa esencial, preparada y dispuesta a eliminar desechos, a procesar aceites, a licuar la pesada carga de flujos que pulsan y reverberan antes de distribuirse en el torrente rojo que agita el sueño del alma.
Si la tierra no se alimenta con el agua, el páncreas y el bazo no pueden intervenir en éste sueño metabólico. El páncreas regula el azúcar, ni hiel ni miel, El justo termino es la medida para todos los exquisitos intercambios vitales. El bazo regula la cantidad de sangre, con justicia y equidad, dictamina las cantidades del preciado líquido que transporta oxígeno y nutrientes.
El agua es la abuela de la tierra, y aquí también el juego de equilibrio es vital, pues es necesaria pero en exceso mata, destruye, satura, desmenuza, licúa, e inunda.
Hemos abierto el follaje , hemos entrado al Reino de la Madera.
Elsa Noemi Am