La bendición de expresarse, de garabatear palabras, líneas, canturrear sílabas musicales, volar en un intento de mariposear al viento…todo eso es arte, es movimiento, es vida.
En el devenir de las tribulaciones históricas, sociales, económicas, este hilo de Ariadna sigue sustentando el hilván de la conciencia, y gracias al sutil bordado de sus persistentes puntadas aún en este páramo de futuros en jaque, renace el acto creativo, la esperanza y la hermandad.
Humanos somos, conciencia de la naturaleza, animal erguido que pisa la tierra intentando transformar su realidad a como sea. En el camino de nuestra estructuración, hubo muchas adaptaciones, cambios, agonías y recesos, pero el impulso vital ha triunfado hasta ahora, claro está, a costa de innumerables sacrificios biológicos. Estos eventos dejan su rastro en la coraza caracterológica, en la psique corporal.
El llanto reprimido, atemorizado por la posibilidad de la perdida, ahogado por el miedo al rechazo, a la indiferencia o al castigo, se fija a la estructura de la mandíbula, genera una disfunción mandibular, se materializa y talla en la carne el congelamiento de la emoción.
Nuestras manos no acarician golpean, cuando estamos defendiendo nuestro pecho de la puñalada amenazante de la herida emocional, el que queremos nos traiciona, nuestro corazón es una copa de sangre y desborda su elemento en el fuego eterno del rencor, manos que golpean, pecho endurecido, casi no pulsa, simula la muerte para evitar un nuevo ataque.
Esta es la historia de la coraza corporal y para ese viaje de conocimiento, comprensión y entendimiento saqué boleto perenne.
La conciencia manifiesta en el cuerpo sus crecimientos y temblores, los suaves pulsos de luz que edifican esta verdad que somos.