Llegamos a la orilla, después del huracán de miedo e incertidumbre. Después de recuperar memoria, de comprender que la sociedad tecnológica y perfecta, el mundo de imágenes repetidas y por ello reales, se desvanecía sin dejar rastros.
En las ciudades, el mall, paseo emblemático del mundo moderno, ese nuevo patio de juego, que repite el movimiento perenne de la luz, el dibujo del estilo que implica pertenecer y otorga identidad de masa. Ese lugar donde se garantizaba la seguridad , el contacto acotado, el comedero sistemático donde miles de personas deglutían un menú repetido, todo ello, como por arte de magia se esfumó.
Todavía perduran los esqueletos agónicos del imperio del entretenimiento, los estadios vacíos se ofrecen como escenarios virtuales de juegos romanos, en un abrir y cerrar de ojos todo cambió.
Lo único imperecedero, es el agua y sus círculos , es el devenir de la naturaleza recreándose, reparándose y generando adaptaciones que de nuevo nos deslumbran con su belleza.
Si logramos aprender ésta vez, nos daremos cuenta que la autorregulación como resguardo vital, el cuidado de sí , la comunión con la naturaleza es el camino de la vida y la felicidad.
Noventa años atrás un caballero empecinado, persistente, poco diplomático, sin embargo genial, fundaba los principios de la psicología corporal.
Cuerpo y psique es el mismo proceso distinguido y dividido por una mente analítica y mecanicista que sigue separando el quehacer de la conciencia, de la biología y su fuente de manifestación.
Si logramos ser íntegros percibirnos con nuestra fortaleza y delicada sensibilidad, si nos damos cuenta que estamos guiados por un sinnúmero de señales que tejen su red cósmica, pronto llegaremos a la orilla de verdad, a la tierra prometida de la solidaridad, convivencia y hermandad, creando con y en la tierra que permitió nuestra manifestación en la materia.
Elsa Noemi Am